Educar a los jóvenes (Benedicto XVI)

04-01-2012

Según Benedicto XVI, la esperanza del mundo a inicios de 2012 son los jóvenes, a condición de que se les ofrezca una verdadera educación. Educar es aprender a buscar la verdad, a ser libre, a vivir la justicia y la paz.

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Extractos tomados de http://www.aleteia.org/es/questions/978/en-que-puede-esperar-el-mundo-en-2012

La esperanza del mundo hoy son los jóvenes, a condición de que se les ofrezca una auténtica educación en la justicia y la paz.

“¿Con qué actitud debemos mirar el nuevo año?”, se pregunta Benedicto XVI en el mensaje que ha escrito con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el 1 de enero de 2012.

La pregunta surge espontánea al ver la situación del mundo del trabajo y la economía. “Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad”, reconoce.

“Es verdad que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, la luz del día”, añade.

“En esta oscuridad, el corazón del hombre no cesa de esperar”,  explica Benedicto XVI, quien considera que el auténtico motivo de esperanza en el mundo son hoy los jóvenes. Por eso, considera que la esperanza del mundo a inicios de 2012 pasa por “Educar a los jóvenes en la justicia y la paz”.

“Ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza”.

“Las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro --subraya el Santo Padre--. En la actualidad, muchos son los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que los prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la dificultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario”.

“Es importante que estos fermentos, y el impulso idealista que contienen, encuentren la justa atención en todos los sectores de la sociedad. La Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y los anima a buscar la verdad, a defender el bien común, a tener una perspectiva abierta sobre el mundo y ojos capaces de ver ‘cosas nuevas’ (Isaías 42, 9; 48, 6)”.

Una auténtica educación de los jóvenes exige apoyar su búsqueda de la verdad para que puedan ser verdaderamente libres.

Para Benedicto XVI “la educación es la aventura más fascinante y difícil de la vida”.
San Agustín, recuerda el Papa, se preguntaba: “¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?”. Por eso, añade, “el rostro humano de una sociedad depende mucho de la contribución de la educación a mantener viva esa cuestión insoslayable”.

“En efecto, la educación persigue la formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual del ser, con vistas a su fin último y al bien de la sociedad de la que es miembro. Por eso, para educar en la verdad es necesario saber sobre todo quién es la persona humana, conocer su naturaleza”.

“Ésta es la cuestión fundamental que hay que plantearse: ¿Quién es el hombre? El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad --no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida-- porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la inviolabilidad de toda persona”.

“Por eso, la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad”.

“Sólo en la relación con Dios comprende también el hombre el significado de la propia libertad --sigue aclarando Benedicto XVI--. Y es cometido de la educación el formar en la auténtica libertad. Ésta no es la ausencia de vínculos o el dominio del libre albedrío, no es el absolutismo del yo. El hombre que cree ser absoluto, no depender de nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina por contradecir la verdad del propio ser, perdiendo su libertad. Por el contrario, el hombre es un ser relacional, que vive en relación con los otros y, sobre todo, con Dios. La auténtica libertad nunca se puede alcanzar alejándose de Él”.

“La libertad es un valor precioso, pero delicado; se la puede entender y usar mal”, advierte Benedicto XVI.

Para ejercer su libertad, el hombre debe “conocer la verdad sobre sí mismo y sobre el bien y el mal”, subraya. “En lo más íntimo de la conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz lo llama a amar, a hacer el bien y huir del mal, a asumir la responsabilidad del bien que ha hecho y del mal que ha cometido. Por eso, el ejercicio de la libertad está íntimamente relacionado con la ley moral natural, que tiene un carácter universal, expresa la dignidad de toda persona, sienta la base de sus derechos y deberes fundamentales, y, por tanto, en último análisis, de la convivencia justa y pacífica entre las personas”.3.

Sin una educación en la libertad, palabras como justicia y paz carecen de significado.

Por este motivo, indica el Papa “el uso recto de la libertad es central en la promoción de la justicia y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, aunque se distancie de la propia forma de ser y vivir”.

“De esa actitud brotan los elementos sin los cuales la paz y la justicia se quedan en palabras sin contenido: la confianza recíproca, la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder, la caridad recíproca, la compasión hacia los más débiles, así como la disponibilidad para el sacrificio”.

“En nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente amenazo por la extendida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad, del beneficio y del tener, es importante no separar el concepto de justicia de sus raíces transcendentes --afirma el Papa--. La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, ya que lo que es justo no está determinado originariamente por la ley positiva, sino por la identidad profunda del ser humano”.

De este modo se entiende la conclusión a la que llega el Papa: “La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad”.

Por esto, afirma, “la paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad”. Pero aclara: “es ante todo don de Dios. Los cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros; en Él, hay una única familia reconciliada en el amor”.4.

Conclusión: La paz es posible.

A inicios de 2012 hay esperanza, porque la paz es posible,  a condición, como dice Benedicto XVI,  de ofrecer una auténtica educación: “Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las conciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos. ‘Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios".

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