En la semana del día de los educadores

01-01-2016

Destacamos la importante labor que cumplen en la formación del pueblo venezolano, al tiempo que sumamos voces para reclamar el apoyo y justo reconocimiento de la sociedad con su trabajo.

El 15 de enero de 1932, en plena dictadura gomecista, un grupo de educadores, encabezados por Miguel Suniaga y Luis Beltrán Prieto Figueroa, conformaron una asociación para defender los derechos laborales de los maestros y mejorar la educación en Venezuela: la Sociedad Venezolana de Maestros de Instrucción Pública, que luego se transformó en la Federación Venezolana de Maestros. Durante el gobierno del general Isaías Medina Angarita, se reconoció la importancia de la labor de los movimientos de educadores al decretar la celebración del "Día del Maestro" en esa fecha histórica para rendirles homenaje.

En la Venezuela de hoy necesitamos que la educación de calidad para todos y todas se convierta en verdadera prioridad del Estado y de la sociedad. Y para que en verdad lo sea, necesitamos educadores comprometidos y valorados con justicia, reconocidos y respetados en su autonomía profesional, con las condiciones necesarias para un desempeño eficaz en sus centros de trabajo. Necesitamos también, con verdadera urgencia, que sembremos en los jóvenes del país nuevas y más vocaciones para la carrera docente, que captemos los mejores talentos.

La Consulta Nacional por la Calidad Educativa confirma estas necesidades, ya conocidas, vividas y constantemente denunciadas por todos los que de algún modo hacemos parte del sistema educativo nacional. Urgen soluciones integrales, que prioritariamente atiendan el tema de la dignificación de la profesión a través de la creación de condiciones laborales adecuadas que la transformen en una carrera atractiva con el justo reconocimiento social; con políticas basadas tanto en el respeto a la libertad de enseñar sin limitaciones por doctrinas determinadas ni ataduras a libros de textos particulares, como en el respeto a la expresión libre de opiniones e ideas sobre el funcionamiento del centro y del sistema educativo nacional, sin temor a represiones o a la pérdida de su trabajo. Es necesario que se establezca un sistema objetivo de reclutamiento, ingreso, evaluación y ascenso, sin mediaciones políticas, que estimule a los educadores en su crecimiento personal y en su actuación pedagógica. 

Las soluciones a los déficits en número y en la formación especializada de los educadores no están solo ni principalmente en más "cursos de capacitación", y menos en planes de estudio de carácter nacional y obligatorios ni en "operativos" tipo misiones de emergencia, que sustituyan o limiten la acción académica de las instituciones universitarias dedicadas a la formación de los educadores, en la necesaria investigación e innovación de diseños curriculares y estrategias pedagógicas más pertinentes. Antes bien, es obligación del Estado aportarles la información sobre los requerimientos presentes y a futuro de profesionales de la educación por especialidades en las distintas regiones del país, estimularlas y apoyarlas oportunamente, para que ninguno de nuestros niños, adolescentes y jóvenes se vean afectados en su derecho a una educación de calidad, por la inexistencia de maestros competentes y profesores que dominen las asignaturas del currículo escolar.  

En este día queremos ofrecer un artículo de Antonio Pérez Esclarín, con sus reflexiones sobre el protagonismo de los educadores en las transformaciones pedagógicas necesarias para el logro de una educación de calidad.  

A propósito del Día del Maestro 

Por: Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com)
@pesclarin www.antonioperezesclarin.com

Con motivo de  celebrar el próximo viernes el Día del Maestro   y como homenaje a todos esos educadores y educadoras anónimos que, a pesar de los problemas y dificultades,  viven con ilusión y entrega su vocación de servicio, quiero con estas  líneas agradecerles su abnegado trabajo,  reafirmar la importancia de su misión e insistir en la  necesidad de valorarlos más. Ser maestro, educador, es algo más sublime e importante que enseñar matemáticas, biología,  computación  o inglés. Educar es alumbrar personas libres y solidarias, dar la mano, ofrecer los propios ojos para que los alumnos puedan mirarse en ellos y verse valorados, queridos, importantes.   El quehacer del educador es misión y no simplemente profesión. Implica no sólo dedicar horas, sino dedicar alma. Exige no sólo ocupación, sino vocación. El genuino educador está dispuesto no sólo a dar clases, sino a darse, a gastar su vida para que los demás tengan vida en abundancia.

El educador tiene una irrenunciable misión de partero de la personalidad y del espíritu; ayuda a nacer al hombre y la mujer posibles. La vocación docente reclama, por consiguiente, algo más importante que títulos, diplomas, conocimientos y técnicas. Formar personas sólo es posible desde la libertad que libera  y desde el amor que crea seguridad y abre al futuro. Cuando un maestro vive su diaria tarea no como un saber, que le crea un poder, o como una función que tiene que cumplir, sino como una capacidad que le invita a un servicio, está no sólo ayudando a adquirir determinados conocimientos, destrezas y competencias, sino que está dando sentido a su misión, está educando, está ayudando a ser.

Esto presupone una madurez honda, una coherencia de vida y de palabra. Y esta coherencia es imposible sin un permanente cuestionamiento y cuidado del propio proyecto de vida. Sólo quien reconoce sus carencias y limitaciones y las acepta como propuestas de superación, de crecimiento, es decir,  de formación, será capaz de aprender y por ello de enseñar. El que se refugia en sus títulos, el que se coloca con autosuficiencia frente a los  alumnos, será incapaz de establecer una verdadera relación comunicativa, será incapaz de entender la necesidad de su propia educación, será por ello, incapaz de educar. 

Si ninguna otra profesión tiene, a la larga, consecuencias tan importantes para el futuro del país y de  la humanidad como la profesión de maestro, la sociedad debería considerar  esta profesión de un modo tan especial que los mejores jóvenes la  sintieran atractiva. Resulta muy incoherente alabar en teoría la labor de los maestros y maltratarlos en la práctica. La sociedad exige mucho a los maestros y les da muy poco. Se les exige incluso que tengan éxito en asuntos como la enseñanza de valores, en los que las familias, el Estado  y la sociedad han fracasado estrepitosamente. Conseguir un buen maestro es la mejor lotería que a uno le puede tocar en la vida. Pero si bien todo el mundo desea el mejor maestro para sus hijos, muy pocos quieren que sus hijos sean maestros, lo que evidencia la contradicción que reconoce por un lado la importancia de los maestros, pero por el otro, los trata como a profesionales de segunda o tercera categoría.  Si queremos que la educación contribuya a acabar con la pobreza, primero debemos acabar con la pobreza de la educación y con la pobreza de los educadores. Es hora de abandonar la mera retórica  y empezar a tratarlos con el respeto y la valoración que se merecen.

Y cerramos esta nota invitándoles a leer, a todos pero muy en especial al profesorado de los colegios de la ACSI, la  "Carta de San Ignacio a un educador de hoy", escrita por Andrea Ramal.

Volver