¡Feliz Navidad y Próspero Año 2018!

18-12-2017

 

Que el amor, la paz y la gloria del Niño Dios reine en nuestros hogares en esta Navidad y llene de bendiciones el Año Nuevo. Recibamos a Jesús con el compromiso de trabajar unidos por el país.

Compartimos dos mensajes de Navidad para que nos ayuden a vivirla en profundidad; el primero de Monseñor Jorge Urosa, Cardenal Arzobispo de Caracas, y el segundo, de Antonio Pérez Esclarin.

 

NAVIDAD: LUZ EN LAS TINIEBLAS

A los venerables sacerdotes y diáconos, a las religiosas y religiosos y a todos los fieles de la Arquidiócesis de Caracas: Salud y Bendición en el Señor.

Mis queridos hermanos: Vivimos en Venezuela tiempos muy difíciles, hasta el punto de que algunos dicen que no se puede celebrar la Navidad. Ante esa afirmación derrotista nosotros, los católicos, sentimos que hoy, más que en otras ocasiones, en estos tiempos oscuros, es preciso celebrar la Navidad. Porque la Navidad, mis queridos hermanos, no es un carnaval, una fiesta sin sentido ni causa. Es la celebración del amor de Dios manifestado en Nuestro Señor Jesucristo, rostro de la misericordia del padre. Por esto, en estas semanas de Adviento nos preparamos para celebrar con alegría la venida de Jesús el Señor, el Hijo de Dios hecho carne, a nuestra realidad humana. La Navidad es una fiesta religiosa.

Es la fiesta de la manifestación de la misericordia y de la bondad de Dios, nuestro amoroso Padre celestial, que “¡tanto amó al mundo que le entregó su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida y vida abundante!”.

La Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret, Dios y hombre verdadero, nuestro hermano, redentor y salvador, el Alfa y Omega de la historia y de la humanidad. Al festejar el cumpleaños de Jesús lo hacemos con profunda fe en el amor infinito de Dios, que ha querido hacernos hijos suyos, discípulos de Cristo y miembros de la Santa Iglesia Católica para abrirnos las puertas del cielo; para darnos la salvación y la felicidad eternas. Por estas razones es tan hermosa la Navidad. El cántico de los ángeles en Belén reveló a los pastores la finalidad del nacimiento del Niño Dios: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Cristo nace en Belén para dar gloria a Dios y para traer paz alegría y felicidad a los seres humanos. Por esa razón nos llenamos de gozo y esperanza aun en medio de dificultades. Y debemos convertirnos y prepararnos con un corazón renovado a recibir a Jesús en nuestras vidas, en nuestra existencia diaria, y particularmente en cada familia. Precisamente en estos tiempos duros, de penuria, angustia e incertidumbre, es preciso renovar la vivencia de nuestra fe, para acoger y comunicar la paz que Cristo, Rey pacífico, ha venido a comunicarnos. Las circunstancias actuales de grave crisis política, económica y social, nos exigen a todos los cristianos, independientemente de nuestras simpatías políticas, el trabajar activamente por la paz. Debemos luchar activamente en defensa de nuestros derechos, en pro del bien común, en favor de los grandes valores de la libertad, la justicia y el progreso, pero sin dejarnos llevar nunca por la violencia, el odio o el rencor.

Sin duda alguna este es un momento muy grave y duro en la historia del País. Para que haya paz entre nosotros es preciso que se imponga en todos los corazones la necesidad de respetarnos mutuamente: de respetar y defender los derechos del pueblo, de respetar las opiniones de los demás. Hemos de ser solidarios con los más pobres, y compartir nuestros bienes con los necesitados. Por estas intenciones hemos de orar fervientemente en este tiempo de preparación a la fiesta navideña, que debe ser para cada familia, para cada uno de nosotros, una oportunidad de crecer en el amor, en la esperanza, en la fe en Dios vivo y presente en nuestra historia. Queridos hermanos: Navidad es luz en las tinieblas (Cfr. Jn 1, 5). A pesar de la oscuridad que nos rodea, celebremos la Navidad, llena de la luz de Cristo, reafirmando nuestra fe en el amor de Dios, participando en los actos religiosos, y festejando sobriamente, en familia, la venida del Niño Dios a nuestras vidas. Que no falte en ningún hogar el Nacimiento, así sea sencillo y humilde. Participemos activamente acudiendo a la celebración eucarística el 25 de diciembre y el 1 de enero, recibiendo los sacramentos de la Reconciliación y la Comunión, abriendo nuestros corazones a los pobres, y llevando alegría a nuestros semejantes. Navidad es la luminosa y alegre manifestación de la inmensa bondad de Dios. Recibamos sus dones de amor y salvación con un corazón abierto, y seamos constructores de la paz en medio de nuestros hermanos. Manifiesto mi más viva solidaridad con quienes tienen un luto reciente, con las víctimas de la violencia, con los que pasan hambre, los presos y los enfermos, con quienes se sienten solos y abandonados, y con todos los que sufren. Con mi afectuosa bendición episcopal les deseo una Navidad muy feliz y un año 2018 lleno de abundantes bendiciones celestiales.

+Jorge L. Urosa Savino
Cardenal Arzobispo de Caracas
Caracas, 12 de diciembre de 2017

 

LA FAMILIA DE NAZARET

La navidad es esencialmente una fiesta familiar. Por ello, si la situación económica va a impedir a muchos disfrutar de los acostumbrados platos y regalos, todos deberíamos esforzarnos por cultivar con esmero el cariño y la ternura, para convertir nuestro hogar en una comunidad de amor como lo fue la familia de Nazaret.

Jesús aprendió de José un oficio y, como todos los niños, antes aprendió en el hogar a caminar, a hablar, a rezar, y la cultura de su pueblo. Podemos suponer que ayudaba a su madre María en las tareas del hogar, a moler el trigo, a amasar la harina, a traer agua del pozo del pueblo. Y como todo niño normal que “iba creciendo en sabiduría, en edad y gracia”, jugó con los otros niños, se cayó e hirió numerosas veces, lloró y rió, se disgustó y se puso bravo en ocasiones, se enfermó y aprendió a leer, escribir y a conocer la Ley, en la escuela de Nazaret.

Pero sin duda alguna, la verdadera escuela de Jesús fue el hogar; y sus padres, José y María, sus principales maestros. Lo mejor que le pasó a Jesús en toda su vida fueron José y María. De ellos no sólo aprendió un oficio y los aspectos religiosos y culturales del pueblo judío de su época, sino que experimentó tal confianza, seguridad, y cariño, que de ellos aprendió a sentir y llamar a Dios como Abbá: Papito-Mamita querido(s).

Los escasos relatos en los evangelios de la infancia de Jesús, son más que suficientes para ver en José y María unos modelos de padres, entregados por completo a la voluntad de Dios y al servicio de su hijo. José es presentado como un hombre bueno, siempre preocupado por proteger y salvar a la familia. Podemos imaginar la firmeza y el valor de José, un artesano pobre, cuando tienen que huir precipitadamente al destierro de Egipto al enterarse de que Herodes anda buscando al niño para matarlo. Serían largos días de hambre, de dormir a la intemperie, de sortear cientos de amenazas y peligros y, luego, de todos los inconvenientes que supone establecerse en un país desconocido. Lo podemos imaginar siempre diligente, preocupado para que no les faltara nada al niño ni a su madre, como ya antes lo había sido en el viaje a Belén donde no consiguieron albergue y tuvo que acomodar un corral para que María diera a luz a su hijo.

En María encontramos un modelo perfecto de entrega a Dios, que es también servicio a la familia y a los demás. Su sí confiado y total en la Anunciación: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra”, hicieron posible la encarnación. De inmediato, al enterarse de que su prima Isabel también estaba embarazada partió en su ayuda. Sabía bien que sería un embarazo muy difícil, pues Isabel era una mujer de muy avanzada edad y, sin pensarlo dos veces, marchó presurosa a ayudarla.

Nunca nadie ha estado tan cercano a Jesús como María, su madre: lo acunó en sus brazos, calmó sus rabietas y llanto, lo alimentó con la leche de sus pechos, lo besó miles de veces, lo limpió, pasó noches en vela junto a su cama cuando estaba enfermo, lo enseñó a hablar, comer y caminar… Fue guiando su crecimiento, lo acompañó en su misión y en sus proyectos y bebió la copa del sufrimiento cuando asistió a su muerte en la cruz, en medio de las risas y burlas de muchos.

Antonio Pérez Esclarin
Maracaibo, 12 de diciembre de 2017

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