Navidad, tiempo de conversión

05-12-2014

NAVIDAD: TIEMPO DE CONVERSIÓN  

Por : Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com

@pesclarin

www.antonioperezesclarin.com

La fe es para simplificar la vida. El evangelio es de una dulzura y sencillez increíbles. Jesús nace entre nosotros para traernos la Buena Noticia de un Dios Padre-Madre que nos ama entrañablemente y quiere que vivamos como hermanos. Jesús, la alegría de los pobres y menesterosos, vino a traernos la libertad y el amor. Ciertamente, entre tantas malas noticias que leemos o escuchamos todos los días, esta es una extraordinaria Buena Noticia. Lo que pasa es que no terminamos de creerla. Hemos convertido la navidad en una rutina de compras, hallacas, regalos, arbolitos, pesebres, y cohetes, pero muy pocos tienen el coraje para sumergirse en el insondable misterio de un Dios que se acerca a los seres humanos con su radical propuesta de cambio de corazón y cambio de valores. Por ello, la mayoría en Navidad olvida lo más importante y la razón de la fiesta: al Niño que sigue naciendo entre los más pobres y necesitados y nos convoca en su callado silencio de niño frágil y desvalido a cambiar de vida y empezar a preocuparnos por todos, en especial por los que sufren y están siendo golpeados por el dolor, la miseria o la explotación.

La Buena Noticia que nos trajo Jesús aportaba una increíble novedad sobre Dios. El Dios de Jesús no es un Dios lejano, justiciero, insensible,  sino que es un Dios de entrañas misericordiosas, con una increíble debilidad por los desvalidos, los sencillos,  los pobres, los pacíficos. Es el Dios de la alegre misericordia, el Dios del amor incondicional, que nos quiere no porque seamos buenos, sino porque somos sus hijos. Dios se esconde en un niño que tiembla de frío sobre las pajas de un pesebre, en un pobre carpintero amigo de los pobres y los pecadores, en un apasionado del Reino del amor y la justicia, que terminará crucificado por los poderosos y por los que vieron en su mensaje de igualdad y fraternidad una amenaza a sus privilegios.

Ojalá que la navidad no se reduzca a una mera tradición folklórica, sino que nos ayude a reflexionar sobre su verdadero sentido. La navidad es una invitación al cambio de valores, y al reencuentro familiar, al reencuentro comunitario, al reencuentro como país, donde sin renunciar a la justicia, cultivemos el diálogo, la reconciliación y el perdón. Por ello, ojalá seamos capaces de convertir nuestros corazones en un pesebre donde recibamos a Jesús, sus valores y su proyecto de paz, hermandad y amor, que transforme nuestras vidas y nos haga hermanos de todos.

Navidad: tiempo de reflexión y conversión; tiempo para releer nuestras vidas a la luz de la humildad y ternura del pesebre y reflexionar con sinceridad y coraje si somos seguidores de ese Dios humilde, tierno y amoroso, o más bien seguimos a los prepotentes, egoístas y violentos. Tiempo para preguntarnos si somos sembradores de encuentro, paz y hermandad, o sembradores de división, violencia e intolerancia. Para aclararnos si nuestra conducta y vida celebra la navidad o la antinavidad.  

 

ADVIENTO: TIEMPO DE ESPERANZA  

Por : Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com

@pesclarin

www.antonioperezesclarin.com

¡Ya se acerca Navidad! Ya está a punto de llegar Jesús, el Libertador, la raíz y el impulso de nuestra esperanza. No son tiempos de pesimismo, de quejadera, de llanto, que tanto abundan hoy en Venezuela.  ¡Arriba los corazones! Son tiempos de creer, de esperar y de comprometerse. La desesperanza es falta de fe y falta de fortaleza que hunden al alma en el pesimismo y le roban las fuerzas para comprometerse en la construcción del futuro. La esperanza es sostén y fuerza para seguir  adelante sin que nos agobien los problemas y las dificultades.

El derecho a soñar no figura entre los 30 derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron hace exactamente 66 años, pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos morirían de sed. Soñemos que es posible un país distinto, sin violencia y sin miseria, donde la diversidad sea asumida como riqueza y todos nos tratemos como hermanos. Soñemos un mundo más humano y más justo, sin guerras y sin hambre, donde todos seamos ciudadanos del mundo, sin dejar de ser hijos de la aldea. Soñemos y entreguemos nuestras vidas a realizar los sueños. Tan negativo es el discurso fatalista, que renuncia a los sueños y niega la vocación histórica de los seres humanos, como el discurso meramente voluntarista, que confunde el cambio con la proclama del cambio. Por ello, los que creemos que Jesús sigue vivo a nuestro lado y nos invita a transformar el mundo, debemos ser los “disoñadores” del futuro. Es decir, debemos soñarlo y diseñarlo.  Pues el sueño sin diseño, sin proyecto, es mera ilusión y el proyecto sin sueño, no arrastra, no entusiasma.

Todas las grandes conquistas de la humanidad comenzaron con el sueño de unos pocos y el compromiso tenaz de hacerlo posible. Por ello, fueron capaces de arrastrar el coraje y las voluntades de muchos, y el sueño se hizo realidad. Nada importante se ha logrado nunca sin esfuerzo, y sin lucha.

Aceptar el sueño de una Venezuela mejor es aceptar participar en el proceso de su creación. Perder la capacidad de soñar y de comprometerse es perder el derecho a actuar como ciudadanos, como autores y actores de los cambios necesarios en el ámbito político, económico, social y cultural. Por ello, frente al “Pienso, luego existo” de la modernidad o el “compro, luego existo” o el “consumo, luego soy” de la postmodernidad, debemos levantar el “Sueño, luego me comprometo y así soy” de la genuina esperanza. Ser humano significa tener esperanza que es el nervio de la felicidad.

La esperanza, como lo expresaba Ernst Bloch, es la más humana de las emociones. Ella impide la angustia y el desaliento, pone alas a la voluntad, se orienta hacia la luz y la vida. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de vivir y de luchar. La esperanza se opone con fuerza al pragmatismo, que es una deserción mediocre y cobarde en la tarea de construir un país y un mundo mejores. Por ello, y como nos dice Anatole France, “nunca se da tanto como cuando se da esperanza”.

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