Un merecido reconocimiento
15-01-2013
Nuestra compañera Luisa Pernalete, de Fe y Alegría, recibió el Premio de los Derechos Humanos. El galardón reconoce su valioso trabajo por el derecho a la vida y la educación para la paz. A continuación, la entrevista publicada por El Nacional este sábado 26 de enero de 2013.
“La democracia no es gratis y la paz tampoco”
El galardón, otorgado por la Embajada de Canadá y la UCV, reconoce el trabajo por el derecho a la vida y la educación.
26 de enero 2013 - 12:01 am
A los 8 de años de edad, Luisa Cecilia Pernalete ya se 
preocupaba por los pobres, los desprotegidos, los vulnerables. Cuando 
era niña –recuerda– enseñaba catecismo en barrios de Barquisimeto y, 
desde entonces, ha mantenido su labor: trabajar por quienes tienen 
necesidades. “Esto comenzó cuando estaba chiquitica. No sé, creo que 
desde el tetero”, bromea.
Pernalete –que comenzó su trabajo para Fe y
 Alegría en 1974, y desde 1990 es integrante de la Asamblea de Provea– 
recibió ayer el Premio de Derechos Humanos 2012, que entrega la Embajada
 de Canadá y el Centro para la Paz y los Derechos Humanos Padre Luis 
María Olaso de la Universidad Central de Venezuela. 
El jurado 
consideró pertinente reconocer el trabajo de Pernalete en la defensa de 
los derechos a la vida y a la educación. Ella fue directora regional de 
Fe y Alegría para Zulia y, más tarde, para Guayana. Actualmente trabaja 
en la sede Guayana del Centro de Formación e Investigación Padre 
Joaquín, de Fe y Alegría.
Desde hace aproximadamente cinco años, 
Pernalete se ha dedicado a promover la cultura de paz. Entre sus 
proyectos está Madres Promotoras de Paz, con el que busca incluir a las 
familias en esta lucha contra la violencia. 
—¿Qué significa para usted este premio?
—Para
 mí es trascendental que organizaciones como estas reconozcan lo que uno
 hace, que, además, es algo que uno realiza con gusto. En una sociedad 
banalizada, que aplaude cosas superficiales, es muy significativo que se
 valoren estos esfuerzos. He trabajado en microespacios y este premio 
reivindica la paciencia, la labor a pequeña escala. 
—¿Cuál es la situación de los Derechos Humanos en Venezuela?
—Hay
 ciertos derechos que, aunque hayan mejorado, uno no se puede contentar 
porque no están repartidos de forma equitativa. Con la falta de garantía
 de derechos sufrimos todos, pero los que más padecen son los pobres. 
Por ejemplo, ha habido un esfuerzo de cobertura escolar, pero en los 
últimos años eso ha disminuido. Por otro lado, la salud está muy 
descuidada. Tenemos casos de malaria en Bolívar. También hay problemas 
con las vacunas, los Centros de Diagnóstico Integral no tienen 
suficientes especialistas. Ciertos aspectos de la salud pública no se 
atienden. Otra cosa es la seguridad personal, que es un derecho. Eso de 
estar sumando muertos no me hace ninguna gracia. Con la vivienda se ha 
hecho un esfuerzo, pero estamos rezagados aún. Todavía hay un porcentaje
 de familias que viven en hacinamiento y eso incide en la violencia 
intrafamiliar. Cuando la garantía de uno de los derechos falla, se 
afectan los otros. ¿Qué ha mejorado? El pago a los pensionados, por 
ejemplo, funciona bien. 
—¿Por qué ha aumentado la violencia en las escuelas?
—La
 violencia es un fenómeno complejo; influye una suma de factores. 
Roberto Briceño León explica que hay asuntos estructurales, como la 
pobreza o el desempleo, que generan violencia. En Venezuela no parece 
que la pobreza sea la responsable, pues se han reducido los porcentajes 
de pobreza extrema. Yo creo que lo que más influye es la impunidad. Eso 
modela. Si en el barrio se sabe que el delincuente de la esquina está 
suelto y no es castigado, eso sirve de ejemplo a los adolescentes. 
Además, las escuelas no están en Marte sino en este país, donde tenemos 
índices de violencia muy elevados. El problema es que esto nos está 
tomando por sorpresa. Los educadores no fuimos formados para afrontar 
situaciones violentas como las que se ven ahora. Además, el Estado aún 
no reconoce que la violencia escolar es un problema serio. Entonces, no 
hay políticas públicas sino operativos. La cultura de violencia no se 
revierte con charlas; se necesita un proceso educativo.
—¿Es entonces una reacción?
—Sí,
 es una reacción. La labor es compleja. Hay que trabajar con los padres,
 alumnos y educadores. También hay que enfocarse en lo público. Pero que
 sea complicado no significa que no pueda erradicarse la violencia. 
Conozco escuelas que lo han hecho, pero no es de un día para otro: se 
requieren por lo menos tres años para lograrlo. Tenemos que aprender a 
buscar salidas, a negociar. Nosotros solos no podemos ni las familias 
solas tampoco. 
—Hay escuelas que lograron reducir la violencia ¿Qué hicieron para alcanzarlo?
—Primero,
 reconocer que también es un problema de los educadores. Es cierto que 
fuera de la escuela hay muchos factores, pero también las instituciones 
tienen una dosis de responsabilidad. Se debe hacer, además, un 
diagnóstico interno. Determinar si hay apodos humillantes entre alumnos o
 si hay agresiones con navajas. Los maestros deben estar atentos y 
actuar en equipo. Deben crear un clima de libertad y confianza, para que
 los alumnos puedan hablar. Estas escuelas que yo conozco tenían mucha 
violencia y han inventado cosas. Por ejemplo, hicieron un concurso de 
talentos y les resultó. Muchas veces los muchachos violentos lo que 
quieren es notoriedad; entonces ellos estimulaban a los jóvenes 
difíciles a descubrir su potencialidad. También es importante que el 
equipo directivo establezca alianzas, que trabajen con los padres. Que 
valoren a los muchachos y no minimicen los problemas de violencia. Se 
necesita sensatez pedagógica.
—¿Cómo hacer para que la sociedad se involucre en este trabajo, pese a que hay desesperanza?
—La
 gente tiene que saber que existen experiencias buenas. Esta labor, 
además, es de pleno empleo. Aquí hay trabajo para todos. Si usted lo que
 sabe es escuchar, puede hacerlo. El solo hecho de escuchar ya es algo 
importante. Hay que tener un poco de esperanza, y eso se recupera al 
saber que existe gente que ha mejorado. Yo tengo esperanza. Cuando veo 
que una de las mamás me dice: ‘Profe, hice un curso y ya no le pego a mi
 hijo’, ya está. Lo veo como una onda expansiva, pero es importante 
trabajar. La democracia no es gratis y la paz tampoco.










